¡Esto se me ha escapado de las manos!
El día que Diego (Kochmann) me envió un mensaje, lo primero que pensé fue que era uno más de esos nuevos detectives de poca monta que buscaba aprender de mi ingenio y astucia.
Pero luego, la intuición y el olfato me indicaron que esta vez no sería uno más. Y así fue.
Llegó a mi oficina y no paró de hablar, porque Diego es tímido, pero conmigo no paraba de hablar, de contarme cómo había sabido de mí (¡en una cancha de tenis, jugando un partido!), y que estaba maravillado con los extraños casos que tomaba.
Me dijo, enseguida, que quería contar mis historias porque él sabía que había muchos chicos que querían seguir la carrera de detective.
Tuve que levantar la voz para que parara de hablar. Y lo despedí diciéndole que algún día lo llamaría. Salió por la puerta haciéndola rechinar y segundos después lo llamé por teléfono. Llegué a escuchar el timbre... se ve que se iba despacio desconsolado por no conseguir lo que había venido a buscar.
No llegué a decir “hola” que ya estaba en mi oficina con una sonrisa de oreja a oreja.
Y así empezamos... tomábamos café y café y más café, en la oficina, en un bar, en el club y hasta una vez nos encontramos en la Feria del Libro, cuando fue a firmar el primer libro que contaba mis casos: “Misterios en la ciudad”. Obviamente, a la Feria tuve que ir de incógnito para que los chicos que lo buscaban para que les firmara un ejemplar no me reconocieran.
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